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Notas para una breve autobiografría, una despedida de duelo, o un selectivo epitafio.

Milton Villanueva Machuca, nacido un 26 de julio (un día memorable para la revolución cubana, mismo día de la muerte de Evita Perón, y del cumpleaños de Daisy González), arecibeño de pura cepa; hijo de Salvador y Ana Lydia, hermano de Salvador y medio hermano de Nilda; cristiano por conversión, reformado por convicción, condecorado "ortodoxo"; orgulloso de ser hispano, sin disculpas por ser cristiano. Felizmente casado con doña Carmen; con las aljabas llenas de hijos y nietos. Siempre acompañado de la guitarra que nunca aprendo a tocar. Retirado del pastorado después de casi cuatro décadas de servicio, con muchos recuerdos felices, y algunos dolorosos. Viviendo en el campo entre viejos como yo, la mayoría de ellos golondrinas de invierno; innumerables vacas y sus críos, algunos conejos que salen a pasear por las mañanas y las tardes, una ardillita vertiginosa, hermosos cardenales y otra variedad de pajaritos que nos regalan sus tonadas cotidianas, un par de serpientes de jardín (una de tamaño normal y la otra demasiado crecidita como para no cuidarse de ella). Poco a poco más olvidado de los demás pero cada vez más recordado por la familia. Siempre al alcance de la voz del mi amigo y compañero de toda una larga vida, José Antonio Juarbe. Y con la ausencia irreparable de nuestras dos cotorras (Tolly y Onix) y de nuestros dos canes (Capitán y Chocolate).

Confieso el auto infligido dolor de estar rebuscando en el cofre de los recuerdos las imagines y ejecutorias de la gente admirada en sus edades tempranas, y lamentar luego, los estragos de los años. O descubrir que algunos ya solo sobreviven en la memoria. He vuelto sentir una y otra vez el dolor por la partida del discípulo y compañero Wilson Ronda, quien murió a consecuencia de un accidente en el cumplimiento de su ministerio, ¡a tan temprana edad! He humedecido con mis lágrimas los recuerdos del Sonero Mayor, Ismael Rivera; de Gilberto Monroig; el deterioro y partida de Leonardo Favio (por quien uno de mis hijos se llama Leonardo y una de mis hijas Faviola); la trágica muerte de Facundo Cabral; y más recientemente las impactantes imágenes de un abatido Alberto Cortez. Es el camino que todos tenemos que andar, pero que se nos tan difícil aceptarlo.

Por lo demás, muy agradecidos al Señor por esta morada terrestre postrera, para doña Carmen - "la casita que tanto te prometí"-, y para mi, la finca imaginaria donde cada día quemo la fiebre de agricultor aficionado en lo que en el mundo real no otra cosa que un limitado huerto casero.

Al final de la jornada, Dios nos ha concedido todo el tiempo para disfrutar de tantas cosas que por decadas no pudimos hacer, hasta que Él cierre el telón.

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